viernes, 17 de julio de 2009

EL OLFATO


El olfato es uno de los sentidos más desaprovechados, al menos a mí me lo parece. Casi de forma exclusiva, sólo prestamos atención a las señales percibidas a través de la vista y esto ha relegado a otros sentidos a jugar un papel secundario en nuestras actividades, quizás por ello no le otorgamos la importancia que merecen, pero cada uno tiene la suya, y en el caso que nos ocupa el olfato es crucial, por ejemplo, en la palatabilidad de los alimentos, ya que influye en el sentido del gusto.

No voy a decir ahora que yo dé mayor importancia al olfato que el resto de los mortales, tampoco creo que en ello tenga que ver el tamaño considerable de mi nariz, herencia de mi padre, ni que mi pituitaria esté por ello más desarrollada que la de vosotros, abusando del tópico, creo que lo del tamaño no importa, me refiero en este aspecto al de mi nariz, sólo se debe a un crecimiento excesivo del cartílago que impide que cumpla con los cánones actuales de belleza marcados por individuos como Brad Pitt ó George Clooney, si viviéramos en tiempos de la antigua civilización romana otro gallo les cantaría a estos dos ya que ellos serían los que envidiarían mi perfil romano.

Los olores están ahí, simplemente no nos paramos a inhalarlos, y aún así, hay olores que, sin motivo aparente, se te quedan incrustados en el disco duro de tu cerebro, y muchos de ellos con el paso del tiempo te provocan recuerdos que rememoran vivencias de tu niñez ó de tu adolescencia, de las actividades laborales,…

Un ejemplo de esto es el olor a humedad y a cemento que se percibe cuando entras en una habitación donde el día anterior se ha enfoscado una pared ó se ha estado realizando algún tipo de reforma, un olor rancio, cargado, difícil de respirar, que te abofetea la cara y que acude a la mucosa olfativa provocando multitud de señales sinápticas que viajan velozmente a través de las autopistas sensoriales que forman los axones hasta llegar a tu cerebro y que en mi caso fijaron un recuerdo en alguna parte del mismo, el recuerdo de los muchos días en que compartí la profesión de mi padre, él como oficial y yo como su peón, el recuerdo de los sacos de cemento, la arena, los ladrillos, el sudor y las agujetas del duro trabajo de la construcción.

No puedo evitar asociar ese olor a este recuerdo, como tampoco puedo evitar cuando entro en una frutería, sobre todo si es a primera hora y acaban de abrir, te llega ese olor característico a fruta y verdura madura, acentuado por la falta de ventilación y que indefectiblemente asocio a mis recuerdos del año que compartí trabajo como frutero y estudiante de Farmacia. Esos años que me permitieron distinguir entre un apio y un puerro, ese año en el que descargaba y vendía fruta para costearme los estudios y el año en que casi los abandono (gracias Cristina por esos ratos de charla, gracias Mª del Carmen Márquez por ese café en el receso de la reunión de departamento de Microbiología y Parasitología cuando era delegado de alumnos).

Pero el olor es también algo volátil, como su propia esencia, y si no estás atento a la primera “nota”, poco después la sensibilidad de ese primer momento se pierde y lo desaprovechas, ó te libras de él, ya que no todos son agradables.

Trabajo en un pueblo muy pequeño y muchos olores son diferentes a los de la ciudad, dada la cercanía del campo y la presencia de animales podría pensarse que todo huele a boñiga de vaca ó de borrega, pero cuando abro la puerta de mi farmacia, ésta sigue oliendo como la primera vez que entré a trabajar en una, era en la capital y como todas las cosas, tienen su olor característico ó particular.

Algunos todavía piensan que en los pueblos pequeños, al estar rodeados de campo y de animales, todo huele a excrementos, pero mi farmacia rural sigue oliendo a farmacia y a medicamentos, otras farmacias inmensas de ciudad están perdiendo este olor característico, han ampliado tanto el espacio destinado a la parafarmacia que huelen más a bronceadores y a artículos destinados al cuidado estético que a medicamentos.

Me gustaría que los políticos y sobre todo mis representantes hicieran el esfuerzo de acercarse a una farmacia rural, para que se dieran cuenta que a pesar de las dificultades de nuestro trabajo, seguimos haciendo con nuestro esfuerzo diario y nuestra dedicación que sea una farmacia, al menos una farmacia como yo la concibo, una farmacia asistencial donde el eje único y central es el paciente.

Me gustaría también tener un representante en el Consejo General, uno que sepa lo que es una farmacia rural porque cada vez que entra a trabajar en ella la huele, y sabe que sigue oliendo a farmacia, y les aseguro una cosa, este representante, que más tarde ó más temprano tendremos, a mí al menos no me cabe la menor duda, no olerá a boñiga de vaca ó de borrega, olerá igual ó mejor que los demás, quizás así desmitificaremos la creencia que algunos tienen de que todo lo relacionado con el campo huele mal.

En mi pueblo no hay contenedores en las calles, están situados donde termina el pueblo, al parecer es para evitar los malos olores, no quiero pensar que ésta haya sido la excusa para no querer sentar a la misma mesa del Consejo General a un representante de la farmacia rural.

Desde el pueblo más pequeño de la provincia de Sevilla……..

Francisco Javier Guerrero García
Artículo Publicado en Farmacia Hispalense. Revista del RICOF de Sevilla. Año XII. Junio 2009

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